sábado, 17 de abril de 2010

masticarla a Romina, despedazarlo a Alejandro y tragarme a Ulises.

¿Vos te das cuenta que tenés actitudes de mierda?

No me voy a bancar que me trates así, con esta ironía, con este desprecio. ¿Qué te pasa? ¿Por qué me hacés daño?

Vos metiste la pata. Si te parece que estás actuando correctamente está bien, bárbaro. Si te parece que me merezco un mejor trato pensalo.

Su ironía me sulfura, me derroca el cerebro, me hace trizas.

Ustedes son testigos de esta conversación tergiversada: ¿cómo puede siempre querer tener razón? ¿Cómo puede siempre quedar él como la víctima? ¿Cómo puede ser tan manipulador? Siempre queriendo tener razón, escapando de los temas que lo incriminan y disertando sobre aquellos que lo hacen quedar como una persona inteligente y que se preocupa por uno.

la melancolía que me ataca y no me deja existir. Si vivir es tan trágico entonces no quiero seguir viviendo. Se me ocurren mil cosas horribles para herirme y ni una para sanarme. No sé cómo se llama esta enfermedad que padezco pero es muy dura y no me deja vivir tranquila

No confío en nadie. Y me tengo miedo, así que es como una paranoia crónica.

Quizás sea este un documento valioso de una mujer que acarició la muerte para después darle una bofetada en vida.

. Tiré almohadas y ositos y cualquier cosa que estuviera encima de mi cama o al alcance de mi mano. Tenía que descargarme de alguna manera. Mamá golpeaba la puerta de mi habitación y gritaba a voz viva que saliera en ese preciso instante. Los golpes de la puerta desequilibraban mi delicadísima salud mental; con cada golpe ensordecedor se abría una grieta en mi cuerpo por donde escapaban los últimos vestigios de sanidad. ¡Abrí la puerta o te interno!- gritaba mamá desaforada.

No estaba luchando en contra de nadie más que de mí misma. Estaba pendiendo entre la vida y la muerte, esperando sin esperanzas que apareciese un signo, una persona, un gesto, un abrazo, una palabra que me salvase de mi muerte inminente. Y la nada misma. Nada.

Se les hace difícil decidir quiénes son. Eso es exactamente lo que me sucede: no sé bien qué me gusta, cuál es mi color o comida preferidos, qué asiento prefiero en el avión, qué cosas me molestan, cuales me dan placer. Me cuesta muchísimo describirme sin estar mintiendo acerca de mi misma. No puedo describirme porque no sé quién soy.
Tengo problemas de constancia con la gente: cada acción, cada palabra, los tomo como si no tuvieran un contexto, como si no pendieran de algo más. Y el insoportable sentimiento de sentir que está “todo bien” o “todo mal”. Conmigo no hay medias tintas, con los border no hay grises. Lo pavoroso es que lo que en este momento está bien en cinco minutos puede terminar siendo lo peor que me sucedió en la vida.

Hay una diferencia abismal entre querer morir y no querer vivir de determinada manera. Yo no quería seguir viviendo como hasta ese momento, pero decididamente no hice buenas elecciones y me encaminé hacia el oscuro pantano que tenía como única salida una muerte escabrosa.

Un nudo de angustia me atravesó el corazón y se instaló en la garganta.

Le decía que quería desaparecer de mi casa y le pedí que me diese antidepresivos. Él pensó que por el momento no eran necesarios (así son ellos, los súbditos de Freud; van a hacer cualquier cosa antes de medicarte) y me instó a que sigamos con la terapia hasta que se pudiera.

Me senté en la vereda y lloré amargamente hasta que una señora paqueta que paseaba su perro me preguntó si estaba bien. A continuación enjugué mis lágrimas y le dije que me había ido mal en un examen en la facultad y desvié el tema. Ahora hablábamos de su perro, la mujer le hablaba como si fuera una persona. Así voy a terminar yo –pensé- hablando con los gusanos, pero seis metros bajo tierra.

Contradicciones, mi vida fue siempre una absurda contradicción donde lo que hoy es mañana quizás no lo es tanto, donde lo que hoy me hace vivir en tiempos futuros puede aniquilarme. Siempre tuve miedo a escondidas. Miedo de mí, de por fin terminar comiéndome.

Y llorar hasta el desmayo o el interminable dolor de cabeza que parece encarnársele a uno en lo más profundo de los sesos. Tener tanto odio por uno mismo, tanto que hasta nos parecen irreales e inentendibles todos aquellos años de convivencia con nuestras mentes perturbadas, tantos años de soportarse a uno mismo.

Lo pensás varias veces, intentas encontrar algo por qué vivir, por qué quedarse: las razones son tan frágiles como la convertibilidad y sos menos convincente que Fidel Castro izando la bandera de los Estados Unidos. Querés morirte y tenés millones de razones por las cuales hacerlo. Y sin embargo, todavía rogas por una sola razón para quedarte. Una razón te salvaría, solo una sería suficiente. Y no la encontras, no porque no sepas buscar, sino porque simplemente no hay. No existe la razón por la cual debieras quedarte en este mundo.

nunca me gustó su aspecto ni cómo me trataba. Era un tanto insolente, y tengamos en claro que para soberbia e insolente estoy yo.

. Si les daba un buen uso quizás me hicieran bien y si seguía con mi plan iban a ser destructivas. Un arma de doble filo. Una inconsciencia darle una caja llena de Rivotriles a una paciente psiquiatrica.

. “Estas pastillas van a calmarte la ansiedad y a ayudarte a dormir; en pocos días vas a sentirte mucho mejor”. Sí, claro. ¿Firmaste? Muy bien, buenas noches y hasta nunca.

sus ojos de traficante estafador, amaba todo de él.

No quiero estar sola mientras termino este texto, tengo mucho miedo de perderme y no saber cuál de mis versiones soy. Estas noches suelo ir al cine demasiado a menudo y excesivamente sola. No porque no disfrute de la compañía sino porque no encuentro con quién compartir lo que me pasa. ¿Cómo puedo explicarle a alguien que dejo de escribir y no me acuerdo de quién soy? Nadie en mi círculo social puede entenderlo, es decir, nadie puede entender acabadamente el sentido de no saber quién soy. Pueden darse una idea y decirme: “ya vas a estar bien” pero no es eso lo que necesito. Néstor me entiende. Él se ofreció a ser mi referencia. “Cuando estés triste, sola o simplemente necesites una voz podes llamarme”. Espero no tener que molestarte- le contesté. No por molestarlo sino porque no quiero tener que hacerlo pues eso significaría que me perdí. No quiero perderme, por nada del mundo quiero volver a ser aquello que fui. No quiero tampoco renegar ni arrepentirme, simplemente ahora estoy (¿estoy?) en otra etapa de mi vida, donde tampoco tengo fuertes referentes ni pilares que me sostengan pero al menos soy un acróbata con lazos algo más fuertes y estables.

Me llena de impotencia y dolor escuchar frases que se repiten. Que algunas de las cosas que me llenan de ilusiones sean las mismas que me desalientan. Que una persona pueda seguirme causando rechazo y amor al mismo tiempo. Que pueda seguir amando y odiando con similar intensidad a la misma persona. Escuchar en boca de otro hombre las frases que Alejandro me decía me llena de miedos, de inseguridades ¿Soy yo? ¿Son ellos? ¿Qué está pasando? Entonces no entiendo si él es Alejandro o si son personas diferentes. Si es otra persona o si sigue siendo él vestido de hombre nuevo, con promesas de un probable amor duradero y las mismas mentiras que escucho desde que tengo quince años. ¿Quién sos? ¿A cuál de mis mundos perteneces? ¿De dónde saliste?

Cómo puedo no confundirme? Y al mismo tiempo estoy tan sola… tan rodeada de gente, de lugares comunes, de frases célebres y palmadas en el hombro que no me ayudan en nada. Tan sola me siento. Escribo en un rincón de mi casa, sola, durante horas. No quiero escuchar voces y sin embargo necesito escuchar pasos: eso me conscientiza

Entonces lo llamo una vez y no contesta. Mil pensamientos cruzan mi mente, decido no hacerles caso. Llamo de nuevo con el mismo resultado: “usted se ha comunicado con…”. No, no me comuniqué con nadie. Son más de las once de la noche y estoy sentada en el banco de una acera esperando que abra la sala cuatro del cine San Martín. La tercera llamado tiene un diferente destinatario. Me atendés, hablas conmigo, me das un marco de referencia, corto. Respiro, estoy viva.
Ojalá él entendiese lo que significa Abzurdah para mí, ojalá supiese algo de lo que me pasa. No puede entenderlo. Muchas personas necesitan leerlo o verlo en fotos: no quiero que leas ni veas mi dolor en una foto ni un libro, quiero me sientas, que me toques, que sepas que estoy viva y que me duele y que te necesito.
Abzurdah me obliga a caminar al borde del abismo, un abismo infinitamente profundo. Estoy dispuesta a mirar lo que yace en el fondo o en el camino hacia el fondo del abismo, pero necesito una mano que me sostenga solo por si me resbalo. Quiero que lo entiendas, o quizás sea menos prepotente: me gustaría que lo entendieses.
Pero estoy sola, no hay manos que me sostengan. Aquellas que sé se ofrecerían sin dudarlo no son tan fuertes como para sostenerme sin caerse conmigo y no quiero que nadie lo haga. Si voy a hundirme lo haré sola, nadie merece hacerse cargo de lo que me pasa o de los recuerdos que me invaden. Debo ser fuerte, afrontar lo que me toque, ser artífice de mi destino e intentar por lo menos que quienes sufrieron conmigo no vuelvan a saber de mi dolor.


“Mamá, siento que me quiero morir ¿me das una pastilla de la felicidad?”

Solo te queda aquella pared o mirar para atrás. Son el pasado y vos, juntos para siempre (y siempre es muy poco tiempo). Entonces lo único que queda por hacer es concederte la muerte, darte un gusto: aliviar el dolor que es insoportable, que jamás termina, que es imposible de extirpar.

Cordialmente te pido que dejes de llamar y no quiero insultarte así que espero que esta sea la última vez que tenga que oír tu desagradable voz

Me calmaba, me hacía sentir de nuevo persona y no tanto esqueleto o zombie vuelto de la muerte para quedarse a mitad de camino. Sin querer estaba dañándome otra vez, casi sin pensarlo. Lo que me ayudaba me destruía, una vez más.

SI Muchos lo catalogan como una necesidad de atención o manipulación pero es antes que nada la expresión interna de un grito interno.

Le dije a Néstor que iba a intentar parar, le prometí que iba a buscar otra forma de aliviar mi dolor. Me dijo que podía llamarlo en cualquier ocasión y que era mejor hablar que sangrar. Sí, te escucho, pero sigo sin entender cómo hablar puede sacarme la basura que tengo adentro.

Él merecía ver su sangre desparramada y a continuación llorar envuelto en papel higiénico hasta quedarse dormido a causa de los medicamentos.

: “Me estás lastimando mucho y no te das cuenta. Abrí los ojos. Mirame, tocame. Soy real. Te amo y estoy acá. Quiero escucharte. No me prives, no me censures, no te escapes: esta realidad existe”.

si digo genialidades que no condicen con mi carácter… ese no es un problema mío. Es una virtud, en todo caso y no quiero quedarme acá. Quiero irme. No me interesa seguir esclava en esta mansión de cartón. No me interesa”.

Sí, definitivamente me despojaron del arresto domiciliario y volví a salir. Todavía no me dejaban manejar porque tomaba altísimas dosis de medicamentos para “ser feliz” y para “dormir” que básicamente me mantenían durmiendo veinte horas cada día.

Cuando estás internada volves a tener diez años. Las cosas son lindas, feas, buenas o malas. No hay otros adjetivos. Odias o amas o simplemente te da lo mismo. Uno no espera de sí mismo grandes conclusiones acerca de lo que está sucediendo, ni se siente capaz de escribir ensayos del todo gratificantes. No. Estaba encerrada en una casa (enorme pero encerrada al fin) y todo aquel que no decía o hacía lo que yo deseaba se convertía en mi enemigo mortal. Y cuando digo mortal hablo más literalmente que nunca. Fatal porque cualquier indicio de descontento te lleva precipitadamente a la muerte. Cuando estás internada estás más cerca de morir que de vivir y cualquier paso en falso te hace caer miles de metros bajo tierra hacia el hueco de donde nadie te puede sacar. Entonces los psicólogos y los nutricionistas y las brujas te tiran sogas rasposas que hasta parecen ser hechas de espinas. No sabés si querés colgarte de esas sogas y destrozarte las manos o permanecer allí abajo donde la muerte te acaricia suavemente. Es tu decisión: vivir ensangrentada o morir acariciada.

Las imágenes describen a la perfección, como en un cuento de Borges, lo que sucedió aquella noche de abril. A simple vista son fotos de un departamento desordenado, pero si le damos una mirada más escudriñadora encontramos detalles sofocantemente extraños. Veintinueve fotos en total, cada una de ellas con detalles escabrosos con los que un detective se haría un banquete. Como dije antes: a simple vista no dicen nada, pero escudriñando se encuentran detalles perversos.
La pared de la cocina (¡de la cocina!) tiene largos pelos quedados. Deduzco que me desmayé en la cocina, en una de las tantas veces, y mi cabeza golpeo los azulejos. Solo de esa manera pueden haber quedado allí impregnados. Sobre la mesada de la cocina, la tapa de una olla (¿estuve cocinando?) un repasador rosa fuerte que me compró mamá, un fósforo quemado y la botella de vino blanco que había comprado para Alejandro pero que disfruté en compañía de la muerte, a cada minuto más íntima.
En el comedor un puff rosa pálido (donde alguna vez se hubiera sentado Alejandro) con una remera blanca manchada de sangre. Recuerdo que allí la dejé cuando bajé el ascensor para abrirle a Pilar (pensé que si no veía la sangre en mi ropa no iba a darse cuenta de que estaba pelada, una ridiculez). Sobre la mesa de vidrio y madera cuatro tabletas de Rivotril, sin ninguno adentro, por supuesto. Al lado cartas o notas, una lapicera rosa que me regalo mi hermana, el discman, los auriculares y algo de ropa. Más lejos en la misma mesa: mi agenda donde anotaba absolutamente todo lo que planeaba hacer, una agenda más pequeña con teléfonos, cinta (con la cual pegué las fotos en la pared), una carta de despedida, una toallita femenina, mi cartera negra cerrada, una taza verde, una cuchara (probablemente había tomado sopa) y dos elementos de lo más sorpresivos: una tabla de calorías y el prospecto del Rivotril completamente abierto y con signos de haber sido leído una y otra vez. Si, siempre fui una mujer precavida. Recuerdo haber tomado los recaudos correspondientes, sabía que la cantidad de miligramos que tomé me iban a matar. No entiendo por qué estoy viva.

Es decir, mi corazón latía y respiraba con normalidad. Me drogaban las veinticuatro horas pero yo tenía mis momentos de lucidez

Vivir porque sí, porque ni siquiera te molestas en matarte. Porque ni siquiera eso te atrae. Vivir esperando que algún día aparezca una pizca de interés o un rasguño de emoción o incentivo por algo. Casi por inercia. Esperar que los días sean todos iguales. Buscar cosas para hacer, no por placer sino para evitar el dolor que supone seguir respirando”.

“Haberte encontrado en ese estado, eso no se lo pudo sacar jamás de la cabeza. Lo bueno es que te vemos bien y contenta”. Sí, nunca me van a ver en pena y llorando, porque nunca voy a demostrar lo que verdaderamente siento.

Ahora sí, por favor, ¡mozo! Cianuro on the rocks.

Sobrevivo. Una y mil veces sobrevivo desde hace ocho años. Es marzo de 2006 y sigo viva. Sobrevivo. Paso por alto lo negativo, lo reprimo, lo guardo en lo más recóndito de mi ser, lo convierto en mentiras, en historias de cosas que jamás pasaron. Junto memorias, me aíslo, me pierdo. Escribo. Fueron días candentes, calurosos y sin vida los que me dediqué a escribir, a relatar mis desventuras, mis secretos más íntimos. Me queda la tranquilidad de saber que no conté lo peor, que lo más oscuro se queda conmigo. Que es imprescindible contarlo todo, que puedo seguir viviendo.

Los ecos me recuerdan los “nosotros”, “estamos”, “nos”, “comemos”. Una y otra vez me cortan como navajas de sacapuntas. Me afilan, me vuelven una persona temeraria. La gente me da miedo: no quiero contar porque sé que no van a entender. Sé que no puedo escribir todo lo que me pasa porque no hay palabras existentes para describirlo. Nadie va a entender jamás lo que me pasó. Ojalá tuviese videos, ojalá pudiese entregar a cada persona que entra en mi vida un disco con mis datos. Ojalá, así nadie se decepcionaría, así nadie crearía demasiadas expectativas conmigo. No, no soy brillante ni la mejor, no soy la más coherente tampoco. Soy poco y de lo poco que soy poco entiendo.

Él me pide que use cicatrizante para sacarme las marcas en los brazos: yo quiero que esas marcas se queden. Las ciento un marcas de mis brazos, los miles de dolores que me trajeron sangre: no voy a olvidarlos. No quiero que las marcas se vayan. Se irán sí con el tiempo, sí con la desmemoria, si con el aprendizaje. No las voy a eliminar, se irán de a poco, a su debido tiempo. Jamás podría alejarlo de mi camino, nunca. Cuando él está en pareja y me pide que me aleje lo hago. Solo él puede decidir cuándo no vamos a vernos. Por lo demás no me preocupo: lo conozco, sé que no va a ser feliz con nadie porque ni siquiera es feliz consigo mismo. Siempre volvió, siempre vuelve, siempre va a volver.

Se levanta, me toma entre sus brazos y me da un beso apasionado. Su beso recorre millones de terminaciones nerviosas, me estremezco. Confirmo que es él: nunca nadie me hizo sentir así. Abre la puerta de su edificio, lo sigo con paso decidido.

Camina hasta la cocina, pensaba que iba a tocarme. No lo hizo: es estratégico. Siempre gustó de llevar las cosas al límite más extremo.

A veces me olvido de las cosas que me hace. En una ocasión hace poco menos de dos meses, estaba yo en un paseo de compras un viernes por la noche. Estaba sola y tuve un ataque de pánico. Entré en el baño intentando mantener la calma y pronto me desvanecí y caí al suelo. Tenía miedo: todo lo que sentía era pavor. No quería salir del baño, sentía que iba a morirme. Empecé a respirar agitadamente. Se me durmieron las manos y las piernas. Estaba tirada en el suelo del baño del paseo de compras y no podía respirar. Pronto mi vista se nubló hasta volverse completamente negra. No veía nada y no podía sentir nada

Me cortó. Yo tenía un ataque de pánico y el muy maldito me cortó el teléfono. No es fácil describir un ataque de pánico pero es básicamente miedo desmedido e irracional generado por cualquier cosa.

En otro momento de mi vida me hubiera quedado años esperando a que se durmiera, acariciándolo o viéndolo ser. Esa noche no quería. Simplemente necesitaba estar conmigo, sabía que algo se había roto, que yo había cambiado. Haber estado escribiendo sus maldades me había hecho recordar, me había hecho tomar consciencia. Soy consciente por fin del mal que me infligió durante ocho años. Soy consciente y sin embargo aquí estoy escribiendo acerca de aquel hombre. Aún tiemblo cuando me toca, aún merezco parte de su amor, parte de su sexo. Aún soy parte de él y aún él es parte mía. Sos parte de mí y sin embargo ya no te quiero.

Ese es mi modo operativo, así soy: absurda. Me entiendo en mi desorden, en mi incoherencia. Soy todo, depende del día.

Finalmente puedo desprenderme de aquel amor obsesivo, puedo ser yo, con mis metas, con mis principios y con mis ganas de ser. Nunca había tenido ganas de ser, todo siempre lo circundó. Hoy soy libre y me enamora otro hombre. No puedo negar las similitudes que a veces me confunden. Muchas otras el miedo me atraviesa como una hoja de sacapuntas, pero él no está maldito ni es insensible: no hace más que apoyarme.

Soy absurda. Soy lo que el mundo quiere que sea. Entiendo mis necesidades y que Alejandro me circunda. Entiendo que mi necesidad es él. Que sin dolor no existo, que me consume la melancolía. Que lo único peor que sentir dolor es no sentir absolutamente nada. No soy más que un ser que vive por casualidad. Quiero existir, quiero sentir. Escucho una bocina, es él. Hace horas que lo espero.

Entiendo que mi necesidad es él. Que sin dolor no existo, que me consume la melancolía. Absurda porque viví límites desesperados: me tocó un amor obsesivo, perjudicial. Me tocó tocar la muerte tan de cerca hasta perderle el respeto. No me asustó morir: me aterrorizó seguir despierta. Me pregunté cuántos años más iba a vivir, no por miedo a desparecer sino hasta con necesidad de ello.
¿Qué es normal? Amarte tanto y sin explicaciones, sin silencios. Con esta tristeza profunda e interminable. Eterna, siempreviva. Una melancolía inmortal hasta en los momentos de júbilo. Tristeza que no me abandona, que me ahorca, que me ahoga y aún así no me mata. Quererte tanto hasta volverme loca, perder identidad para cumplir tus deseos, llenarme de tus peticiones…
…y deseando profundamente que el sentimiento desaparezca. Mirándome inexistente cuando por fin la melancolía se va. Rogando que vuelva la tristeza: quiero por lo menos sentir algo. Y algo incluye dolor. Peor que sentirse mal es no sentirse. Y ya no siento.

No te dejes amedrentar, soltate como solo vos sabés hacerlo y disfrutá de esto.

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